Me está matando tener un millón de cosas qué decirte, todas casi ordenadas alfabéticamente y en el orden en el que sé que te gustaría escucharlas pero saber que nunca podré decirtelas. Que nunca te vas a enterar de cuánto pienso en vos antes de dormir y cuando me levanto y en todo el resto del puto día. Que todo lo que hago lo relaciono con vos, con qué podrías estar haciendo ahora, si estás bien, dónde estás, por qué no estás acá conmigo si te necesito tanto. Si soy yo quien daría cualquier cosa por hacerte sonreír una vez. Sólo una vez. Una sonrisa, una palabra. Daría lo que sea por tenerte cerca. Por verte. Verdaderamente verte por una única vez, grabarme en la cabeza cada detalle, cada imperfección de tu rostro. La forma en la que se forman hoyuelos cuando sonreís y cómo se te frunce la nariz. La forma en la que tu pelo se despeina naturalmente y la forma en la que la ropa se pega a vos. Cómo tus tatuajes se arrastran por la piel de tus brazos y tu pierna y tu pecho y atrás de tu oreja y también tenés uno chiquito en el cuello y otros dos en la cadera y aunque te insulté en treinta idiomas diferentes cuando te los hiciste todavía me gustan solamente porque sos vos y porque se ven bien en vos. Y quiero grabarme tu voz, tu perfecta voz. Cómo pronuncias cada palabra y quiero encontrarme en el acto de hacer un esfuerzo por entender tu acento. Y quiero ver la forma en la que tus ojos miran directos a los míos. Pero cuándo va a ser. Siempre nos mató lo que escondimos. Nada nos enredó más que las cosas que no dijimos. Y ahora te las digo. Una por una. Aunque sé que no vas a querer escucharlas. Y aunque quieras no podrías. No vas a poder escucharlas pero te las digo mi amor. Te las digo y si querés te las repito. Puedo ser un maldito muñeco de cuerda repitiendo siempre lo mismo si querés. Pero necesito que estés conmigo un rato. Sólo un ratito más.
