Una hoja en blanco, millones de pensamientos desparramados por mi cabeza pidiendo, suplicando, ser plasmados en el papel de mi viejo cuaderno azul. Sin embargo no tengo ganas de escribir ni de ponerme a pensar cuál podría ser el tema esta vez o si las palabras están bien utilizadas o si todas las oraciones tienen coherencia unas con otras. No tengo ganas, no quiero, no puedo hacer eso. Prefiero escribir así, de corrido, sin fijarme en las faltas de ortografía o lo increíblemente en vano que va a ser este texto en un futuro. Pero no me importa ahora. Me siento triste. Muy triste. ¿No les pasa que quieren algo con todas sus fuerzas, hasta con las fuerzas que pensaban que no tenían, y no es suficiente? Nunca es suficiente. Nunca parece serlo cuando se trata de este tema. No importa cuánto desee poder abrazarte, decirte algo, cualquier cosa, hasta el más insignificante "Hola, ¿cómo estás?". Nunca es suficiente para tenerlo. Para tener eso que tanto deseo. Nunca. Ni en un millón de años. Jamás. "No podes, Victoria, no hay plata, el chico vive en Estados Unidos, es una de las personas más famosas del mundo. Simplemente no se puede". Ahora sí, no voy a poner el nombre de mi artista favorito, porque de alguna forma siempre pierde sentido lo que decís cuando lo acompaña un "Justin Bieber". Como si toda la oración se borrara y sólo quedaran esas dos palabras que vos reconoces diferente que yo, seguramente. Pero y a mi qué me importa lo que piensen si después de todo este es un blog propio, privado, casi invisible. El punto es, entonces, que como vos quisiste conocer a The Beatles en su época yo quiero conocer a Justin Bieber. Pero no, claro, imposible. Ni a un concierto puedo ir. Ni a la Platea Alta San Martin en River que el pibe se ve más chico que una hormiga. Ni para eso tengo plata. Ni para verlo en tamaño hormiga al rededor de cuarenta mil boludas gritándome en el oído. Nunca. Jamás. Ni aunque suplique.
