Pequeñas gotas se despegan de los gaseosos aires de las nubes y precipitan al suelo estrepitosas. Me gusta la lluvia, lo admito. Me incita a pensar (y, en consecuencia, a escribir). Pienso en las mañanas, tan soleadas que hasta aturdían, posteriores a un encuentro nuestro. Y pienso en ese sentimiento incontrolable de ansias que sufría cada vez que discutíamos un marco de encuentro. Lo pienso tanto que me asusta. Y pienso también en lo embriagante que resultaba ese perfume tuyo, importado de no sé donde, no lo recuerdo, pero recuerdo que me lo dijiste. En lo protectores y relajantes que resultaban ser esos abrazos que venían después de un beso desesperado, esperando encontrar alguna pista que indicara que seguiríamos juntos para siempre. Y recuerdo en esos 'mi amor', 'mi vida', que resultaban ser gran parte de mi corazón. Te metiste en mi piel, arrasaste con todo. Pienso, también, en esos 'lo que siento por vos no lo sentí por nadie', 'hoy, cuando me abrazabas y me diste un beso en el cuello, te juro que fue el mejor momento del año'.
¿Y? Después de eso ya no hay nada, después de ti no hay nada. Quedo yo y mis lágrimas, casi incontrolables, esperándote pero sabiendo que no vas a volver. Temo vivir atada a un recuerdo.Temo que una sonrisa tuya desarme mis planes de ida y tenga que volver. No lo niego, te extraño. Pero me hace daño extrañarte, tanto como los 16 de junio y los pensamientos de los días lluviosos.
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