....................................................................................la vie à son meilleur

1.11.13

Hipócritas con h de hijos de puta.

Me gustaba esa calle. Ahí uno no escuchaba los murmullos de los hipócritas resonando en las esquinas, ni veía a un idiota cada diez centímetros con el teléfono pegado a la oreja tratando de convencerlo a uno de que lo ayudaba. Ni se veían parejas discutiendo, ni habían anuncios de políticos corruptos pegados en las paredes. Era una calle. Era los restos de lo que la sociedad transformó. Y creo que la calle no estaba habitada por los tarados de los negocios porque todos íbamos para lo mismo: vivir. No había un anuncio pegado a cada botellita de agua diciendo "recicle, cuide el ambiente"  o un idiota parado en la esquina esperándote para que firmes no sé qué cosa. Y es un poco hipócrita, porque el ser humano daña absolutamente todo el planeta y después andan haciendo campañas y colectas para reconstruirlo. ¿No les enseñaron en sus casas o en los libros que lo hecho, hecho está? Además, molestan a más de uno. Porque nadie va a firmar un papel para ayudar a otro ni a reciclar una botellita de agua aunque tengan el depósito en frente. Los humanos son así, quieren ser parte pero se escapan cuando tienen la oportunidad. Unos tarados. Y lo más increíble es que esos tarados odian que les digan tarados. Como cuando fui a estudiar a Estados Unidos y me tocó de compañero de cuarto un tarado. Pero un tarado que te daba cien patadas. El muy estúpido se llamaba Jai Waetford. Nuestra habitación tenía una conexión con la habitación de al lado por medio de un baño grandísimo. Las maletas las dejábamos en un armario que todos siempre abrían para buscar no sé qué cosa. El muy idiota de Waetford tenía unas maletas malísimas, casi como hechas de cartón. Las escondía abajo de la cama para que nadie las viera, yo las mías las dejaba en el armario. Y como sentí pena por él, un día las saqué del armario y las puse debajo de mi cama también. Al otro día Waetford las había puesto de vuelta en el armario. Y entonces me dí cuenta que en realidad las dejaba ahí para que los demás pensaran que eran suyas. Un idiota. Y cuando se lo dije se me tiró encima y comenzó a pegarme cachetadas porque el muy estúpido no sabía pelear. Y como les decía, los idiotas saben que lo son, pero no quieren que otros lo admitan.